Stupa
Llegar
al lugar escogido y, ¿qué más hacer?
Sentarte
en uno de los bancos o, como a mi me gusta, sentarte al borde del
pequeño precipicio en una de las grandes piedras que adornan la
considerable caída.
¿Y
ahora qué? Observar la soledad que lo impregna:
Un
parking vacío.
Un
balcón que permite observar todo lo que nos rodea.
Un
sitio donde poder respirar calma y seguridad. Un lugar donde llegar a
lo más íntimo de nuestra mente.
Una
Stupa con atractivo por sus formas geométricas, su relleno y sus
campos puros de energía. Iluminada con unas tenues luces, espejos de
la perfección que hacen fluir los pensamientos más profundos de
nuestra mente e invitan a despertar nuestras más buscadas y deseadas
reflexiones.
Sentir
la armonía, la euritmia de las diversas partes que componen el
paisaje.
Conseguir
aislarte del sonido del tráfico de la autovía cercana para
únicamente centrarte en oírte a ti y una enérgica brisa que te
hace respirar el suave y dulce olor a mar en contraste con el fresco
y húmedo olor de la montaña.
¿El
momento culminante? Sus atardeceres. Ver como el sol desaparece entre
el agua del mar. Apreciar un cielo rosado a la par que dorado bañando
las montañas. Poco a poco, observar como todo se va apagando, como
parece que hasta que el sol no vuelva a aparecer, aquello quedará
sombrío y melancólico y, de pronto, poder contemplar sobre el mar
la panorámica de una ciudad iluminada, llena de vida y de historias.
Es,
sin duda, el sitio perfecto para canalizar tus pensamientos, tus
ideas y permitir el resurgir de soluciones y reflexiones gracias a
esa mezcla de olores, a la majestuosidad de sus colores y la pureza
de las sensaciones que nos transmite.
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